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El Espía del Champán

La historia de Wolfang Lotz, el espía del champán, no es la de la superioridad israelí, como se ha querido presentarla. Si algo prueba el éxito de este hombre que proporcionó a los judíos informes vitales para la seguridad de Israel, en los difíciles años de 1960, es la ingenuidad y venalidad de los funcionarios egipcios a quienes él conquistó y de quienes obtuvo revelaciones asombrosas.

Lotz, de origen alemán, habla emigrado siendo niño a Palestina con su madre, en la época en que el Tercer Reich comenzó los pogromos y las campañas antisemitas. Muy joven se enroló en la Haganá, el ejército clandestino judío que luchaba contra el mandato británico.

Cuando estalló la guerra entre palestinos y judíos, en 1948, Lotz era ya oficial y tras el armisticio que consolidó la incipiente independencia israelí se enfrentó a un dilema: retornar a la vida civil, inhóspita para un hombre que como él se había acostumbrado a la existencia militar y se quedó en el ejército como instructor.

A finales de los años cincuenta, la inteligencia   israelí requirió sus servicios. Resultó que Lotz, que no habla recibido ninguna preparación, reunía las condiciones para el trabajo. Su alemán era perfecto; su físico era el de un ario, su padre no era judío y por tanto no había sido circuncidado. Su misión en El Cairo sería la de determinar con exactitud el avance de planes egipcios para construir proyectiles y aviones que romperían el equilibro militar del Levante a favor de Gamal Abdel Nasser.

Los israelíes temían que de llevarse a cabo  con éxito ese programa, Nasser trataría de intentar la destrucción del estado judío tal como entonces pregonaban la prensa y la radio egipcias.

En Jerusalén se tenían informes que, a raíz de la derrota de la campaña de Suez en 1955,  Nasser había contratado los servicios de antiguos científicos nazis y de jóvenes ingenieros alemanes a fin de acelerar la construcción de esas armas mortíferas.

Lotz tendría que obtener detalles del programa, la identidad de los científicos, la ubicación de las plantas y otros detalles importantes. A fin de prepararse para su viaje a El Cairo, Lotz comenzó el largo aprendizaje que incluía lecciones sobre la historia egipcia, sus personajes principales y, lo que resultó más útil, la estructura de los servicios de seguridad de Egipto.

Lotz hablaba el árabe. Pero la inteligencia israelí decidió ocultar ese hecho. No habría  cambios en su personalidad. Iría a Egipto con su mismo nombre. La única invención estuvo la relacionado con su pasado. A fin de facilitar  su tarea el espía se haría pasar como un ex oficial de los África Korps, de Rommel, que al final de la guerra había huido a Australia para regresar años después, enfermo de nostalgia, a Alemania.

Poco antes de su viaje a El Cairo, Lotz conoció a una alemana en un tren con la cual se casó. Eso no estaba en los planes. La noticia disgustó a la inteligencia israelí pero Lotz los convenció de que el matrimonio contribuiría a ocultar mucho mejor su identidad verdadera, Lotz confesó a su mujer cuál era el propósito, del traslado a Egipto. Ella no puso objeciones y partieron.

Contra lo que  se temía, no le resultó difícil a Lotz  penetrar las altas esferas oficiales. Haciéndose pasar por un rico criador de caballos, Lotz entabló rápidamente amistad con el jefe de la policía, con altos funcionarios civiles, y de la seguridad, así como con científicos alemanes y ex importantes figuras de la Alemania hitleriana comprometidas en el programa de construcción de proyectiles.

La mayoría de las informaciones vitales las conseguía en su propia casa, durante las brillantes fiestas íntimas a la que asistían altas figuras del régimen nasseristas y en las que el champán corría como el agua por un grifo abierto. Estas fiestas y la vida de gran señor de los esposos Lotz costaban al contribuyente israelí miles de dólares mensuales, pero la inversión rindió sus frutos.

Una noche, mientras transmitía en clave desde el baño de su residencia un informe ultra secreto a Jerusalén, Lotz recibió el encargo de determinar la ubicación de una base secreta en medio del desierto. Los aviones israelíes habían logrado fotografiar el lugar pero sospechaban que podría ser una base simulada para engañar a la inteligencia judía.

Lotz invitó a su esposa a un paseo en automóvil como dos simples turistas. Dotados de un mapa se acercaron a la zona. Después de casi un día de frustración, vieron un soldado tras una verja de alambres en medio de dos grandes dunas. El espía hizo que su mujer regresara cuando el soldado descuidó la vigilancia para defecar. Simulando una equivocación, se internaron rápidamente en el sitio prohibido. Un oficial cometió el error de hacerlos conducir al interior de la base. Allí lo vio todo, hasta el último detalle.

El jefe de la base lo interrogó pero más tarde se excusó y lo invitó a almorzar en el club de oficiales del recinto, cuando Lotz logró, a través de varias llamadas telefónicas, que sus amigos de la seguridad egipcia lo sacaron del atolladero en que había caído.

Esa noche, en su casa, el falso alemán transmitió lo que constituyeron los informes más valiosos de su larga vida de espía en El Cairo. Cuando por fin fue descubierto, debido a las intercepciones de sus mensajes por parte de la inteligencia soviética, su misión estaba cumplida.

Fue condenado por un tribunal a 30 años. Su esposa fue acusada de complicidad y se le impusieron cuatro años de cárcel. Algún tiempo después estalló la guerra. Las partes egipcios hablaban de las conquistas del ejército nasserista, pero en seis días los israelíes, en parte ayudados por los informes de Lotz, inutilizaron las fuerzas egipcias.

Un tiempo después un canje por prisioneros de guerra devolvió a los esposos Lotz sanos y salvos a su casa en Israel.

(*) Miguel Guerrero, periodista y escritor, es Miembro de Número de la Academia Dominicana de la Historia.

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